/ DBT-C, Español, Supersensitivo / Por Francheska Perepletchikova / Traducción: Fréderic Larbanois
¿Cuántos de nosotros hemos aprendido de nuestros padres a reforzarnos a nosotros mismos, a decirnos “buen trabajo” o a darnos palmaditas imaginarias en la espalda? Lamentablemente, no muchos. Simplemente, esto no forma parte de la manera en la que nuestros padres fueron programados . No nos enseñan a autorreforzarnos. En cambio, se nos enseña a autocriticarnos. Lo cual se debe, en parte, al sesgo de negatividad. Estamos preprogramados para orientarnos automáticamente hacia los acontecimientos negativos, ya que estos pueden ser inseguros, mientras que los acontecimientos positivos suelen ser seguros y, por lo tanto, cuesta más reconocerlos. Así, los padres tienden a fijarse en los comportamientos negativos de sus hijos y a comentarlos, mientras que los comportamientos positivos suelen tratarse como “deberes”. Es decir, como «mi hijo debería ser educado» o «mi hijo debería seguir las instrucciones enseguida». Así pues, los comportamientos que son respuestas aprendidas se tratan como si fueran reflejos y no se refuerzan sistemáticamente, mientras que los comportamientos negativos son los que reciben más atención. Por lo tanto, no es de extrañar que estemos plagados de autojuicios y autocrítica y que recordemos principalmente nuestros fracasos. Con sta forma de pensar, es más probable que afrontemos el siguiente reto con dudas sobre nosotros mismos y ansiedad, lo que disminuye nuestra capacidad para resolver problemas eficazmente, al tiempo que aumentan las posibilidades de utilizar la evitación o la fuerza, y de ejercer el locus de control externo.
Además, cuando por fin se reconocen nuestros logros, se hace, principalmente por el resultado y no por el proceso. Es decir, se nos elogia por lo que conseguimos, en lugar de por lo que hicimos. Por ejemplo, «¡buen trabajo por sacar un sobresaliente en el examen!». Sin embargo, no controlamos los resultados, incluidas las notas. Hay un número infinito de variables que tienen que alinearse de una manera específica para que se produzca cualquier resultado. Para controlar los resultados, necesitaríamos conocer todas esas variables y tener capacidad para influir directamente en ellas. Lo cual, por supuesto, es imposible. La única variable que conocemos y sobre la que podemos influir directamente somos nosotros mismos, por lo que sólo controlamos el proceso. En otras palabras, si somos dueños de los resultados, sólo podemos estar contentos o descontentos con lo que obtenemos. Elogiar a nuestros hijos por los resultados, programa expectativas poco realistas, perfeccionismo y apego al resultado. Por eso, lo que hay que reconocer y reforzar es nuestra contribución durante el proceso.
Cada momento de la vida nos presenta un nuevo desafío y, por tanto, una oportunidad de autorrefuerzo y/o autovalidación. Podemos fracasar en la resolución de un problema y aun así autorreforzarnos al afrontar un desafío, hacer lo mejor posible y aprender de la experiencia. Y podemos, al mismo tiempo, autovalidarnos al sentirnos decepcionados por no conseguir lo que queremos.
El autorrefuerzo es uno de los ingredientes de “hornear tu propio pan”, que consiste en aprender a darse a uno mismo y a satisfacer las propias necesidades sin depender de los demás. Esto ayuda a desarrollar el locus de control interno y la capacidad de dar a otras personas, que es la base principal para desarrollar y mantener relaciones saludables. El autorrefuerzo reestructura nuestra forma de pensar. Así pues, cuando nos autorreforcemos, es importante decirse realmente a uno mismo: “gran trabajo el mío”, en lugar de limitarse a sentirse orgulloso. Los sentimientos no reprograman nuestro software, sino los pensamientos.
El autorrefuerzo es el ingrediente más sencillo de “hornear nuestro propio pan”, que puede enseñarse a los niños a partir de los 2 años. Pero antes de que los padres puedan empezar a enseñar a sus hijos a autorrefuerzarse, tienen que empezar a practicarlo ellos mismos.